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Ya te conté en un anterior correo que llevo 11 años trabajando en una funeraria pero lo que no te dije es qué leches hago allí a parte de comer bocatas de dos sabores.
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Y lamentablemente creo que voy a decepcionarte.
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¿Por qué digo esto? Pues porque mi trabajo dista mucho de lo que pudieras imaginarte.
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Para empezar, mis tareas las realizo en un centro cívico que nada tiene que ver con una funeraria.
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Por tanto, jamás he visto a ningún difunto ni cosas del estilo.
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Mi trabajo es más bien aburrido y puramente administrativo.
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Se trata de una organización sin ánimo de lucro que funciona parecido a un Netflix (en funcionamiento décadas antes que este):
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Al unirse como socio, cada vez que alguien muere se paga una cantidad simbólica, con un máximo de 4 difuntos al mes. De este modo, sumando lo que aportan los socios, se cubre el servicio funerario de la persona que ha fallecido, sin que esta tenga que pagar nada.
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Si comparas esto con el pastizal que vale pagar un entierro / incineración en España, te sale muy a cuenta formar parte de una entidad de este tipo.
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Y el motivo por el que sigo allí después de tantos años es por el buen trato que recibo y el buen ambiente de trabajo.
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Hoy en día se premia el pisar al otro para poder avanzar y en pocos lugares se valoran tu trabajo. Aquí lo hacen con creces y eso ha evitado que me fuera.
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Aunque ya se sabe lo que dicen: el peor jefe que podemos tener, somos nosotros mismos.
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