Esta mañana me encontraba en un aeropuerto, sentado en la zona de embarque entre mi pareja y una niña de unos 6 años, la cual estaba enchufadísima con un móvil que emitía más estímulos visuales y auditivos que un casino de Las Vegas.
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Acto seguido el que parecía su abuelo, al ver que el móvil se oía en toda la terminal, se lo quitó y después de un berrinche, todo volvió a la tranquilidad típica que caracteriza al país.
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En ese momento, para matar el aburrimiento, nos pusimos a jugar a un pasatiempo que unos franceses nos habían compartido un par de días antes, basado en intentar adivinar la procedencia de otros turistas que allí pululaban.
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Por ejemplo, al momento detectamos una pareja española al ver que la chica vestía unos pantalones bombachos, que acostumbramos a vestir cuando vamos a Asia a “descubrirnos a nosotros mismos” y su pareja, unos pantalones tipo cargo de montaña, dejando claro así que no habría volcán a escalar que se le resistiera (pero sí lo hubo porque un incendio bloqueó su acceso).
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Luego había otro chico que vestía unas crocks con actitud desenfada, demostrando con ello su experiencia viajando, al priorizar su comodidad por encima del decoro visual. También aposté por su origen español y acerté.
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Y por último estaba yo, cero preparado para el vuelo, sin nada de abrigo y pelándome mientras escribo este correo.
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No sé es si otras parejas habrán jugado a ese juego con nosotros, pero lo que seguro no habrán adivinado es que soy previsor en el trabajo y dejé grabadas y listas las lecciones de esta semana.
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