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Llega la época en la que arrancan varias formaciones online que prometen cambiarte la vida y sus creadores ya empiezan a dar la turra con correos motivacionales.
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Pero yo, en lugar de eso, voy a explicarte (con una turra también) el poder de un bocata de tortilla.
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Hace unas pocas semanas que he introducido una nuevo hábito en mi vida:
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Los sábados por la mañana a primera hora subo y bajo una montaña muy bonita que está en una ciudad cercana a la que vivo.
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Esto lo hago ya sea en solitario escuchando podcasts, acompañado por mis perras, con amigos o con mi sobrino de 11 años.
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Con quien mejor me lo paso es con mi sobrino, porque tenemos una relación donde no paramos de decir chorradas sin sentido (bien por mi mentalidad) y las risas están aseguradas.
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Además, cuando voy con él tenemos un gran aliciente para subir la montaña y ese es que al llegar a la cima nos comemos un merecido bocata de tortilla francesa con queso y una bolsa de pistachos.
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El otro día nos hizo un día nublado, lloviznaba y con una niebla que casi no se veía tres leches el camino.
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La promesa del bocata nos hizo llegar a la cima y disfrutarlo a la par que nos congelamos del frío que hacía.
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¿Cutre-moraleja de la historia?
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A veces es útil visualizarnos cómo se siente haber alcanzado nuestro objetivo, pero no debemos olvidarnos de disfrutar el camino.
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